La secuestradora que raptaba a sus propios familiares fue torturada y ahorcada.
La colgaron viva. Gabriela Muñiz Támez, alias La Pelirroja, murió asfixiada al ser ahorcada de un puente peatonal sobre las calles de Monterrey, la segunda ciudad del país. Su cuerpo de mujer joven tenía 31 años con pantalones vaqueros y el torso desnudo con señales de tortura y un nombre pintado a lo largo de toda la espalda (Yair, voz hebrea que aún no se sabe a quién o qué responde) fue la estampa del año dantesco que acababa. Según las cifras oficiales, 12.658 personas han sido asesinadas por el crimen organizado durante 2010, es decir, un muerto cada 40 minutos.
Muñiz fue una de las últimas. Y aunque es la primera mujer en aparecer colgada de un puente, concentra en su vida y en su muerte todos los males del año. Una secuestradora condenada, unos policías que la dejan escapar y unos criminales que se toman la justicia por su mano y de la forma más despiadada.
A manera de amenaza para los grupos rivales, los cárteles mexicanos acostumbran a exponer los cadáveres de sus peores enemigos pendiendo de los puentes de las ciudades, pero normalmente lo hacen después de asesinarlos. A La Pelirroja, no. A ella la dejaron sentir la angustia de la asfixia. Así se desprende de las primeras investigaciones. La desnudaron en el mismo puente, donde quedó su camiseta y su sujetador.
Amenazas sanguinarias
La Pelirroja había sido la cabecilla de una banda de secuestradores y extorsionadores de la región. Cumplía condena por ser la responsable de al menos dos secuestros exprés, una modalidad habitual en México. La diferencia estaba en que sus víctimas eran miembros de su propia familia y en lo sanguinario de sus amenazas para exigir el pago del rescate.
Muñiz raptó durante cuatro horas a un primo suyo, dueño de una compañía de tráileres, por quién cobró un millón y medio de pesos (unos 90.000 euros). Y después, a otro de sus primos, dueño de un restaurante, por quién exigió más de 200.000 euros. Para conseguir el pago, La Pelirroja se hacía pasar por un cártel del narcotráfico y amenazaba con mutilar partes del cuerpo de los raptados y enviarlas a su familia hasta que abonaran el rescate.
La Policía la detuvo en 2009 cuando pretendía extorsionar a otro de sus allegados. Desde entonces estaba presa en el penal de Topo Chico, en Nuevo León, en la frontera con Estados Unidos. Pero el 27 de diciembre, Muñiz fue trasladada de urgencia a un hospital por supuestas molestias en el estómago. En el camino, un comando armado asaltó el coche donde viajaba junto a tres agentes y se la llevó.
Se pensaba que sus propios colaboradores la habían liberado. Pero no, le pagaron con su misma moneda, la peligrosa secuestradora fue raptada y asesinada. Aunque la muerta fuese una delincuente, la corrupción vuelve a planear sobre su cadáver. En las pesquisas, las autoridades han detenido ya a seis empleados del penal para realizar investigaciones sobre su secuestro, entre ellos el director de la cárcel donde estaba recluida y el médico que autorizó que saliese al hospital. Se pretende aclarar por qué se incumplió el protocolo de seguridad en el traslado. Pero aún no se señala ningún grupo criminal en concreto.
Filtración de Wikileaks
Horas antes de la aparición del cadáver había trascendido un nuevo cable de Wikileaks, donde los diplomáticos norteamericanos informaban a sus jefes en Washington de que el cártel de Los Zetas tenía bajo su control a los cuerpos policiales de Nuevo León, incluido el de la capital, Monterrey, donde se sabe que radicó el jefe de esa banda, Heriberto Lazcano. Según el cable, con frecuencia hay enfrentamientos entre Los Zetas y el Ejército en la zona metropolitana de Monterrey que no son reportados por los medios.
Mientras tanto, la secuencia de violencia y muerte sigue en este año nuevo. Apenas acababa de estrenarse el 2011 cuando un comando asesinaba a una familia que celebraba el cambio de año, en Guerrero, otro de los estados más golpeados por el narcotráfico. Entre los seis asesinados hay un menor.
Soraya G.
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